La gran mayoría de películas de Disney son magistrales. Ellas están comercialmente elaboradas para cautivar a su audiencia principal – el público infantil. Cargadas con increíble tecnología de punta en animación y sonido, colores y composiciones extravagantes, música de ensueño y una dinámica historia, estas películas siempre entregan su promesa de entretenimiento con moraleja y lección de vida incluidas. Sin embargo, lo mejor de estas películas (y más específicamente- sus guiones) es que en realidad tratan temas mucho más complejos que la madurez de un niño logra asimilar. Y ahí está el ingenio del asunto – los niños gozan y cantan al ritmo de la narrativa superficial mientras que a los adultos se les invita a pensar y evaluar la narrativa entre líneas y en el caso de Encanto – entre las grietas de una casita con mucha personalidad y bastante que decir.
Encanto (Charise Castro Smith, Jared Bush, Byron Howard / 2021) trata sobre una familia en las montañas de Colombia – paisaje perfectamente logrado e inspirado en el Valle del Cocora del Eje Cafetero y Caño Cristales en La Macarena. La familia Madrigal es la familia más importante del pueblo ya que sus miembros gozan de dones mágicos que fortalecen a la comunidad y son otorgados por el “encanto” – bendición concedida a la abuela en un sombrío momento de su vida. En lo que sería una alegoría a la Primera Comunión celebrada en los países vigorosamente católicos de Latinoamérica (o para los más creativos – cualquier ceremonia popular de presentación a la sociedad), los jóvenes miembros de la familia celebran su rito de iniciación al obtener su don especial: facultad única y determinante que viene con la responsabilidad de ayudar y aportar a la familia y al pueblo. A la cabeza de esta historia se encuentra Mirabel, agradable señorita que logra por todos los medios de complacer a su familia, siendo la única descendiente que lamentablemente no recibió ningún don en su conmemoración y aun reside desplazadamente en la habitación de los niños en la casita – localidad que se convierte en uno de los personajes más simbólicos de la trama. El asunto se empieza a complicar cuando Mirabel comienza a indagar por qué no tiene un don al mismo tiempo de que el “encanto” pareciera estar desapareciendo de la casita y la familia.
Entre buñuelos, empanadas, arepas y niños tomando tinto; ruanas, sombreros vueltiaos y mochilas Wayuu; día de velitas, silleteros, tejo, vallenato y el entusiasmo por bailar constantemente, Encanto muestra una Colombia rural fielmente representada. Desde la ambientación y arquitectura del pueblo, inspiradas en la ciudad amurallada de Cartagena y Barichara, hasta las vibrantes canciones interpretadas por Carlos Vives (Colombia, Mi Encanto) y Sebastian Yatra (Dos Oruguitas), son muchísimos los elementos distintivos que celebran la cultura Colombiana. Sin embargo, es cuando empezamos a examinar los sucesos en pantalla que vemos más allá de la incidencia de colores y baile que tanto divierte a los más chicos. Aquí encontramos una invitación a examinar las creencias y costumbres con las que crecimos en una sociedad latinoamericana. Conforme la película nos presenta a sus pintorescos y particulares personajes, el trajín empieza a vincular las incontables metáforas que arman este riguroso estudio de la idiosincrasia latinoamericana.
En la familia Madrigal vemos la fuerte tradición de familia “unida” que se nos inculca desde niños – una familia que se reproduce y procura vivir en el mismo espacio siendo de servicio a sí misma y al pueblo en el que habita. A la cabeza de esta familia está la abuela Alma: matriarca dirigente y poseedora del “encanto;” estratega y administradora de los dones otorgados a sus sucesores; fachada de firmeza y estabilidad ante toda la comunidad, alma de la familia y como dice la canción—quien maneja el show. En su misión de proteger a su familia y al “encanto,” la abuela proyecta una imagen de perfección y claridad que esconde lo vulnerable que realmente es y expresa a solas en un momento inicial de la película. Mantener apariencias de equilibrio y armonía familiar hacia el exterior es prioritario para el funcionamiento del individuo y comunidad, jugando entonces, la percepción extrínseca del colectivo un papel primordial en la vida de todos. Esta dinámica no facilita mucho espacio para el desarrollo propio e independiente de cada persona, especialmente cuando el mismo crecimiento viene acompañado de expectativas impuestas por superiores y aspiraciones ajenas por seguir el legado unánime que identifica y enorgullece a la familia. Logramos identificar este desafío en gran cantidad de personajes de la película, lo cual resulta en un inevitable conflicto existencial para cada uno de ellos. Por ejemplo:
Luisa: su don es la fuerza física… Puede levantar iglesias, mover montes, valles y burros por manada. Ella representa un macizo pedestal destinado a aguantar y soportar todo: desde la carga física y laboriosa más pesada hasta el gigantesco bulto emocional de los demás. La expectativa de esta tarea es tan robusta en sí, que su eventual debilidad se manifiesta física y anímicamente. Luisa anhela momentos de libertad y esparcimiento donde se pueda descubrir a si misma sin la presión de soportar el peso que la agobia día a día.
Isabela: su don es la belleza y el poder florear todo lugar y situación de hermosura… Esta princesa de la perfección es como la joya de la corona – arregla todo con su poder de preciosidad y está en cola para casarse con Mariano, el guapo del pueblo, para que a futuro y como indica la abuela de manera entusiasta: produzcan emblemáticos retoños con dones de ensueño para seguir prosperando la herencia de la familia Madrigal. Isabela gestiona la decoración de toda circunstancia con trinitarias, rosas y flor de mayo comúnmente de tonalidades magenta, rojos o lila para conceder la particular visión de excelencia de la abuela. Sin embargo, ella sueña que su don logre identificar la enorme variedad que es capaz de abarcar y que logre brotar la gran biodiversidad de Colombia que la película desea recalcar: una versión propia que envuelve desde un huracán de jacarandas hasta las imponentes palmas de cera y el resto de exuberante vegetación amazónica que caracteriza al país.
Camilo (entre los top 3 de nombres masculinos más utilizados de Colombia): Este personaje tiene el don de mutar en cualquier otra figura. Camilo se la pasa convirtiéndose en distintas personas, sugiriendo una discordancia de identidad que lo aleja de su propia persona y lo coloca en la facilidad y posible voluntad de pretender ser alguien más.
Bruno: de quien no se habla y el miembro olvidado de la familia. Él no tiene familia propia y su don es poder ver el futuro… para bien o para mal. Bruno es la firme representación del pariente diferente (siempre es un tío o tía), al que no se le quiere y quien dice las verdades tal cual como son – guste a quien le guste. Arropado de verde (como frecuentemente se caracterizan varios villanos de Disney), Bruno predice los peces muertos, la gordura y la calvicie de otros personajes. Su don requiere una especie de honestidad completa y poco conveniente para la familia, especialmente para la abuela, quien enfoca todos sus esfuerzos en presentar un esquema más idealizado de la verdad. De Bruno no solo podríamos, si no que DEBERIAMOS hablar extensivamente como familia y como sociedad. En Bruno encontramos lo que se prefiere esconder: desde verdades incomodas hasta un lúgubre retrato de enfermedad mental que existe y resulta más factible ignorar.
Así mismo, los dones de los otros miembros de la familia incorporan el compromiso de un legado impuesto a cada personaje y donde la legitima esencia e identidad de cada uno de ellos se esconde debajo de la superficie de la imagen que la abuela desea proyectar. La responsabilidad y presión de constituir al colectivo antes del individuo resulta en las varias grietas que la casita manifiesta a lo largo de la película, albergando y simbolizando sentimientos de falta de realización personal y autonomía.
Es Mirabel, quien sin don especial logra salvar el “encanto” con su naturaleza propia y ser. Mirabel, valiente y curiosa en su búsqueda por la verdad se convierte en la excepcional y ordinaria heroína de Encanto. En un final un poco apresurado por parte de la producción (y estoy segura que con la intención de no alargar la película a 2 horas arriesgando el lapso atencional de los más pequeños), la historia logra compilar contenido autóctono de la cultura latina con temáticas universales de lo que nos identifica como humanos – entre vulnerabilidad y debilidad, diferencias y discrepancias hasta abrir el acordeón de inspiraciones y aspiraciones personales que conforman nuestro sentido de paralelismo como individuos y posteriormente como comunidad.
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